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La trama del gol

Tras los últimos escándalos de corrupción, necesitamos experiencias que demuestren que otro tipo de gestión del fútbol, más transparente y democrática, es posible


Este artículo que firman conjuntamente Julián Moreno, concejal de Participa Sevilla, y Cristian Gracia Palomo, miembro de la Red Municipalista contra la Deuda Ilegítima, constituye una mirada de la política a los males actuales del fútbol; un enfoque que apuesta por el cambio con tal de lograr que nuestro deporte sea más limpio y democrático 


Hace unos días nos levantábamos con la noticia de la detención de Ángel Mª Villar y otros nueve dirigentes de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Esta detención supondría prisión incondicional para él y su hijo.

El fútbol, como elemento social, es algo más que un juego de once contra once que siempre ganan los alemanes. El fútbol como experiencia colectiva, capaz de crear comunidad más allá de posiciones de clase o identitarias, capaz de ser un pegamento social o generar conversaciones entre desconocidos. Pocas cosas como el fútbol son capaces de meter en un mismo espacio a tanta gente tan diferente entre ellas y de provocarles sentimientos parecidos. El deporte en general y el fútbol en particular nos permite sentir pasión y sentimiento, algo que escasea en un mundo individualista como el nuestro.

En Andalucía basta con echar un ojo a la situación de Sevilla, con un expresidente José María del Nido en la cárcel y con Manuel Ruiz de Lopera, que nadie termina de explicar a ciencia cierta cómo no ha entrado todavía en prisión, a pesar de sus decenas de casos de corrupción y las dos condenas firmes en su contra.

Lo vemos en Málaga, donde a través del equipo de fútbol local ha entrado capital catarí, a la que se ha regalado espacio público y con protección medioambiental para construir una Academia de fútbol. En la ciudad de Granada también ha entrado capital chino para hacerse con la propiedad del club. Lo vemos en Huelva, donde han tenido que municipalizar el club de fútbol y asumir todas sus deudas de la anterior (mala) gestión, siendo finalmente la ciudadanía onubense la que ha tenido que pagar, literalmente, los desmanes de los mandatarios del Recreativo. Pero ya se sabe, “ quien no quiere al Recre, no quiere a su madre”.

Lo vemos también en Sandro Rosell, antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, ahora en prisión. Lo vemos en las subvenciones millonarias que reciben las empresas de Florentino Pérez cuando tienen pérdidas (ya saben, la operación Castor). Lo vemos en los acuerdos de la comunidad de Madrid con el Atlético de Madrid y el anterior gobierno local con Enrique Cerezo, Ana Botella y Esperanza Aguirre como maestros de ceremonias.

En una época de capital global el dinero necesita moverse, buscar nuevos mercados y aumentar sus beneficios de forma casi irracional. Ese capital ha encontrado en algo tan profundamente pasional y popular como el fútbol un caldo de cultivo estupendo. También se ha encontrado unas instituciones y unos mecanismos en las federaciones que lo han permitido y favorecido, creando redes clientelares en el proceso: esto afecta al fútbol de súper élite que vemos en televisión, pero, a otras escalas, también funciona en los niveles autonómicos (la policía ha registrado varias federaciones territoriales) y locales y cada vez más, por desgracia, al fútbol de base.

Necesitamos, por un lado, instituciones que pongan luz y taquígrafos sobre estos asuntos (límites de mandatos, transparencia y control en las cuentas) y que hagan del deporte, especialmente del fútbol, lo que debe ser: un espacio de encuentro y de disfrute colectivo. Por otro lado, también necesitamos experiencias enriquecedoras y que demuestran que otro tipo de gestión de los clubes de fútbol es posible: uno que vertebre la comunidad, que apueste por una gestión transparente y democrática en la que decida la grada, que ponga en igualdad de importancia el fútbol masculino y femenino y que sea reflejo de los valores que el deporte debe fomentar.

Ejemplos como el Corinthians brasileño de Sócrates en los años 70, el Gotemburgo, “el último equipo proletario”, en el que todos sus miembros curraban fuera del campo y que ganaron la Copa de la UEFA en 1982 o el activismo punki del Saint Pauli, que colectivizan la toma de decisiones y que fueron los primeros en prohibir los cánticos racistas y las banderas neonazis en su estadio, son buenos ejemplo de que “otro fútbol es posible”.

También hay ejemplos presentes en los que los/as aficionados/as gestionan democráticamente su club, como los ingleses FC United of Manchester y AFC Wimbledon o más cerca, el Club de Accionariado Popular (CAP) Ciudad de Murcia o el Orihuela Deportiva. Porque sí, otro fútbol es posible. Y es el que queremos.