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La ‘V’ de Piqué

Manifestarse nunca debería ser un problema. Excepto si eres futbolista de la selección española y bajas a la calle para reivindicar el derecho a decidir

Podría haber ido a la playa. Podría haber alquilado la última de Stallone. Podría haberse dejado engullir por el sofá. Podría haber hecho lo que hubiese querido, por algo es rico, famoso y deportista. Pero no. Gerard Piqué decidió participar el pasado jueves en la movilización de la Diada, donde centenares de miles de catalanes reivindicaron el derecho a ser consultados sobre su futuro. Decidió -santígüense, por si acaso- mezclar fútbol y política.

Por los cariñosos mensajes que el central recibió nada más colgar la foto del delito en Twitter -junto a su hijo Milan, en un tramo de la manifestación-, queda claro que la idea no fue muy bien vista por una parte de la sociedad española. De hecho, entre la masa crítica se llegó a un consenso: ‘que renuncie a jugar con la selección’. Se libró el bueno de Xavi -que, de incógnito, también participó en la marcha- porque ya no forma parte de La Roja. Total, como si se planta en el Parlament de la mano de Oriol Junqueras. Con su fútbol se ha ganado un reconocimiento a prueba de desafíos soberanistas. Además de que para él, defender la camiseta española siempre había sido un sueño: “Para cualquier futbolista, proceda de donde proceda, lo máximo para su carrera es jugar en la selección y ganar un Mundial“, concedía en el #Panenka26. No se hable más: indultado.

Pero el caso de Piqué es distinto. Acusado de llamar ‘españolitos’ a algunos jugadores del Real Madrid en la vorágine de Clásicos entre Mourinho y Guardiola, sus actuaciones en el campo pero sobre todo fuera de él han sido siempre observadas con lupa. Hace un tiempo, en una rueda de prensa de la selección le dio por contestar en catalán a un periodista de TV3 y, claro, la reprimenda le llegó hasta de su compañero Sergio Ramos, consternado como pocos ante semejante ofensa. Tampoco sus alardes patrios es que sean tomados muy en cuenta, ni cuando recuerda que se dejó “los morros” por España en el Mundial de Sudáfrica o cuando alude a su trayectoria como internacional, que se remonta a cuando aún no le había crecido ni un solo pelo en la cara. A principios de año, en un acto publicitario, parecía desactivar la enésima bomba de relojería: “Si me posiciono sobre el debate soberanista estoy muerto. No podemos renunciar a ser lo que somos, pero somos personas públicas, globales, que lo que hacemos es jugar a fútbol“.

Pues bien, llegó la Diada y Piqué se saltó su propio consejo. ‘Si no quiere a España, no es coherente ni justo que la defienda’, empezaron a escupir las redes sociales tras verle tan sonriente con estelades de fondo. El debate no tardó en enquistarse en el terreno más visceral y los juicios rápidos se cargaron de insultos y amenazas. ¿Por qué? Al parecer aún hay mucha gente que no entiende que en Catalunya cohabitan dos afectos nacionales, con sus matices, sus particularidades y también sus cuotas de pragmatismo. ¿Se puede salir a la calle a defender una consulta con el cabreo por el fracaso de la selección de baloncesto a cuestas? Sí. ¿Fue el gol de Iniesta en Sudáfrica gritado por varios de los que unas horas antes se manifestaron contra los recortes del Estatut? También.

En un espacio como éste los deportistas a veces se ven abocados a moverse en el terreno de lo posible. A ser prácticos. Y a esto último se agarra el central del Barcelona para justificar con total naturalidad su decisión de formar parte de la ‘V’ humana de la pasada Diada. “Llevo 11 años en La Roja pero quiero una consulta“, revelaba ayer en rueda de prensa. Manifestarse nunca debería ser un problema; querer progresar en una profesión, tampoco. Puede que en el mundo ideal de Gerard Piqué existan opciones sentimentalmente más apetecibles pero, actualmente, sabe que no hay nada mejor para su carrera que jugar y ganar con la camiseta de España. Por eso lleva más de una década esforzándose, como cualquier otro futbolista español, por serle útil al combinado nacional.

Obviamente en este cóctel de identidades cruzadas hay más ingredientes: hipocresía, miedo, provocación, intereses económicos… Pero aún así, le sigue faltando una pizca de tolerancia. Porque si a un futbolista le sale más a cuenta quedarse en casa noqueándose el cerebro con Los Mercenarios 3 que salir a la calle de forma pacífica a manifestarse es que algo no se está haciendo, ni interpretando, demasiado bien.