PUBLICIDAD

El amigo no tan misterioso de Cunningham (2ª parte)

La comunicación 2.0 tiene estas cosas: los lectores se convierten en parte activa del proceso periodístico. Tras la publicación de “El misterioso amigo de Laurie Cunningham”, Jaime Mariño Chao se puso a la tarea de encontrar al acompañante del ex jugador de Real Madrid, Sporting de Gijón o Rayo Vallecano en el momento de su muerte. 25 años después, gracias a Mariño, cerramos una historia de fatalidad... y resolvemos un error repetido desde aquel fatídico 15 de julio de 1989.

amigo

La tarde del miércoles 15 de julio un nombre leído en twitter funcionó como magdalena proustiana y activó un caudal de recuerdos futbolísticos y vitales. Ese nombre estaba en un precioso titular de un artículo de ‘Panenka’: “El misterioso amigo de Laurie Cunningham”. Tras leerlo, una extraña inquietud comenzó a martillearme la cabeza. ¿Quién había sido Mark Cafwell Latty? ¿Por qué nadie había sido capaz de encontrarlo, incluyendo biógrafos del famoso futbolista? ¿Y si yo lo intentara?

Buscando en internet obtuve el mismo fracaso que los investigadores anteriores. Ninguna pista sobre Mark Cafwell Latty, como si se hubiese desvanecido en la niebla de los años. Y buscando Mark Latty había demasiadas opciones posibles, pero una de ellas me asaltó: un Mark Latty había registrado una empresa llamada Caswell Internazionale. ¿Caswell?…

Entonces se me encendió una luz. Quizás el policía que escribió el atestado se equivocó en una letra, y puso Cafwell en lugar de Caswell. Quizás los periodistas nacionales habían transcrito el nombre del atestado y arrastrado el error. Quizás los biógrafos y periodistas ingleses hubieran hecho lo mismo. Quizás llevamos 25 años buscando a la persona equivocada. ¡Bingo! Buscando a Mark Caswell Latty nació una nueva historia, también con final trágico. Una historia que ahora os cuenta ‘Panenka’.

Jaime Mariño Chao | @Xayme

El secreto de Mr. Latty

– Buenas tardes. ¿Podríamos hablar con Mark Latty?
– Eh… No, no está. ¿Quién le busca?
– Llamamos de una revista de cultura deportiva, desde España.
– Pues va a ser imposible. Mi hermano falleció hace nueve años.

Es la una de la mañana en Europa; las siete de la tarde en Virgina. Richard Latty atiende la llamada de un desconocido que busca a su hermano. “Cada dos o tres meses, alguien me llama preguntando por él”, explica. Depués de desenredar una madeja de nombres equivocados, empresas en lugares remotos y familiares esquivos, Richard se dispone a añadir algo de luz sobre la misteriosa figura que acompañó a Laurie Cunningham durante sus últimas horas de vida. Y durante su muerte.

Efectivamente, Mark Latty llegó a la España de finales de los 80 para perfeccionar su castellano. Su espíritu aventurero, ya al borde de la treintena, le había llevado a recorrer Sudamérica. “Caminó por los Andes peruanos, y en Honduras ayudó a matar un jaguar que hostigaba a los habitantes de un poblado”, revela Richard. En el Madrid de la post-movida, de la CEE y la OTAN y del desarrollismo socialista, Latty encontró un entorno a su medida. Incluso se ennovió con una española, Eva, cuya familia poseía varias tiendas de material deportivo. “Quizá en ese ámbito conociera a Laurie”, especula el hermano desde Virgina. No está claro cómo ni cuándo trabaron esa amistad tan fulgurante que llevó al maduro estudiante americano y al jugador británico sin equipo a compartir la fatídica jornada del 15 de julio de 1989. “Mark era un tremendo aficionado al soccer, y siempre hacía amigos por todas partes”, esgrime Richard como único argumento. Tampoco puede explicar si tenían planeado lanzar algún negocio juntos. Los Latty constituyen una saga acomodada de la costa este, hijos de un médico reputado y con no pocos miembros licenciados en Harvard. La vertiente empresarial estaba en los genes familiares, y el propio Mark se dedicó, años después del accidente, a gestionar la empresa familiar de gestión forestal en Centroamérica. El accidente…

– ¿Os explicó que sufrió un accidente junto a un famoso jugador de soccer?
– Sí, algo nos contó. Fue muy extraño: durante meses no supimos nada de él, hasta que a principios de 1990 nos llamó desde Italia. Tenemos un primo en Lombardía, el primo Carmine. Había ido a su casa a recuperarse de las graves secuelas del accidente y nos lo explicó.
– ¿Graves secuelas? En la prensa española del día siguiente se hablaba de un herido leve.
– En absoluto. Creo recordar que tuvo heridas muy graves en el pecho, en la espalda…

Aún hay sombras en su repentina marcha de España, que presenta ribetes de huida. Si estaba tan malherido, ¿por qué salió del país “inmediatamente después de aquel día”, como recuerda su hermano? ¿Cómo pudo volar a Italia? ¿Por qué no avisó a sus familiares en los Estados Unidos? Incógnitas que Richard, tras 35 minutos de conversación, no puede despejar. Al cabo de aquellos meses de recuperación en el Valle de Aosta, Latty abandonó Europa. Volvió a casa. Tomo las riendas de Caswell Intl., la empresa que aún hoy lleva su segundo nombre -el mismo que el policía local que realizó el atestado del accidente transcribió mal y, tras él, todos los medios de comunicación y biógrafos de Cunningham-. Conoció a una mujer japonesa, y formó una familia. Repartió su tiempo entre Florida y Honduras, donde unos campesinos ocuparon ilegalmente sus fincas: por eso su nombre aparece en unos documentos de la embajada norteamericana en Tegucigalpa, filtrados por Wikileaks. Se aficionó a la caza y a la pesca, sin olvidar su pasión por el fútbol. Y nunca más volvió a España.

Al final, el hombre que sobrevivió a un accidente de tráfico tras una noche de fiesta moriría en un accidente de tráfico tras una noche de fiesta. “Fue todo muy parecido al accidente en el que falleció Cunningham: a las cuatro de la madrugada volvía a casa en Honduras, su moto se salió de la carretera y murió en el acto”, evoca Richard. Como si el destino le hubiera permitido una prórroga de 16 años, Mark Caswell Latty se llevó algunos secretos a la tumba. El amigo misterioso de Laurie Cunningham es hoy algo menos misterioso: con mucha probabilidad, solo se trató de una fugaz y muy poco afortunada amistad que terminó entretejida, con tres lustros y varios miles de kilómetros de distancia, por el hilo negro de la fatalidad.